y después de mucho tiempo pensando en que me moriría de pena el día que la abuela se fuera, llegó el día. y yo un día me bajé del avión con mucha tristeza aparentemente inexplicable traída en una maleta de 40x50x22 de barcelona, y con muchas ganas de que en casa me lamieran las heridas. y como siempre, con ganas de ver a la tomaca. días antes le había llamado mientras paseaba por el paseo de gracia, para decirle que me había acordado mucho de ella. si hiciera memoria incluso podría hilar qué fue lo que me trajo su imagen a la cabeza. y ella me dijo que pensaba que yo era muy rica. realmente yo sólo me creía que era rica cuando me lo decía ella. al llegar y abrazar a mi hermano, con muchas ganas de que me sonriera fuerte con esa carita sutil de felicidad, ese monta, que estoy en doble fila, fue la antesala a lo que vendría después. no, no fue un simple resfriado. y me pasé muchos días mirándola y diciéndole lo guapa que estaba. y recibiendo con mucha alegría su gigantesco apretón de mano. luego, cuando la sentí de papel blanco y frío, a través del cristal, ni lloré. ni lloré, ni me morí de pena. una vez más intenté sostener sin saber por qué la compostura. compostura que ya no era necesaria sostener desde hacía algún tiempo. compostura inexistente, porque yo ya no tenía de eso. ni tenía ni tengo. cuando intentas durante un tiempo, ser la muleta de cosas que pueden llegar a romperse, llegas a calcificarte. sostengo muy bien, pero nada más. me acuerdo de que una vez, cuando era pequeña, mi madre me dijo que pensaba que yo era una persona fuerte. en ese momento, me sentí casi como una superhéroe. creo que fue a partir de ahí cuando empecé a sentirme responsable de todas las cosas vulnerables que había a mi alrededor. y debe ser que, en consecuencia, yo perdí toda la poca vulnerabilidad que podía tener.
un tiempo después perdí el traje de gallina, y las cosquillas pasaron de ser algo agradable, a ser algo molesto. y poco a poco fui tejiéndome el traje nuevo, a modo de buzo, de traje de astronauta, de capa de heroína voladora, o de bombero. de esos que hacen que nada o casi nada pueda tocarte, o si te toca, pocas veces te des cuenta. y es tanta la protección, que te sientes casi inmortal. tanto tanto, que a veces llegas a creertelo. y te juntas con una serie de superpoderes que tú no pediste a nadie, ni que jamás quisiste para ti. superpoderes que, aunque a primera vista puedan parecer atractivos, yo no se los desearía ni a mi peor enemigo.
viernes, 7 de octubre de 2011
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