jueves, 24 de julio de 2008
martes, 1 de julio de 2008
tengo miedo a volver a donde empezó todo. donde mi auotosuficiencia se quedó a medio camino porque yo ya no la necesitaba. tú estabas entrando en mi vida y ella se convirtío en precisdible porque tu ya habías llegado. aquel tiempo en el que yo tenía tanto por mejorar y tú tenías tanto que hacer por mi, que te olvidaste de ser feliz, y decidiste que pasarías los próximos años convirtiendo mi vida en un paraíso. un paraíso con olor a gel de té verde y a fruta madura.
y es que no recuerdo haber sido feliz antes de conocerte. no puedo recordar el último momento en el que sentí felicidad sin que tu estuvieras ya en mi vida. era una niñata insegura y desquiciada, con mis caprichos y mis manías terribles, y llegaste tú con tu sombrero de copa, lleno de palomas y de flores e hiciste magia. y cada día me dabas un poco de prozac en forma de amor, en el que yo me cobijaba para no perder la cabeza. soldaste cada fuga de gas de todas las partes de mi cuerpo con el fin de que no perdiera los estribos, y pasabas las noches hablándome y acariciándome el pelo para hacerme creer que todo estaba bien, tan bien que llegó a estarlo. no acababan las yemas de mis dedos sin que empezaran las tuyas. cada vez que caminaba sobre esa cuerda floja en la que tanto me costaba mantenerme me esperabas en el suelo dándome la mano con pies de plomo. y me cosiste las lágrimas, hiciste unas alas de plastilina, blandas pero consistentes, que no se rompían con el viento, y me enseñaste a volar. a volar como las gallinas, ya que mi torpe existencia no daba para mucho más. pero a volar. y fue entonces cuando conocí las mariposas aladas de las que hablábamos en los cuentos, y se metieron en mi boca a vivir, para que cada vez que la acariciaras te hicieran cosquillas en la nariz. aprendí a aguantar el dolor de cuando me arrancaba la piel a tiras la añoranza, y a llorar a carcajadas cuando me despertaba por las mañanas con una napolitana de chocolate en la mesita de noche.
¿me consentiste? no lo sé. tan solo pienso que querías protegerme. protegerme y quereme. y ahora siento como si me hubieran atado al techo y los pies me colgaran. como si quisiera alcanzar el suelo con las puntas de los zapatos para volver a sentir que puedo mantenerme en pie sin que tu estés detrás sujetándome. pero la cuerda me lo impide. mi cuerpo levita, y hay un frío muy denso entre el suelo y mis plantas de los pies. tengo vértigo y esa sensación de sudor en las manos. y sé que aunque la dsitancia de caída es mínima, si cortaran la cuerda, y cayera al vacío, un vació de un palmo de medida, no me levantaría nunca más.
y es que no recuerdo haber sido feliz antes de conocerte. no puedo recordar el último momento en el que sentí felicidad sin que tu estuvieras ya en mi vida. era una niñata insegura y desquiciada, con mis caprichos y mis manías terribles, y llegaste tú con tu sombrero de copa, lleno de palomas y de flores e hiciste magia. y cada día me dabas un poco de prozac en forma de amor, en el que yo me cobijaba para no perder la cabeza. soldaste cada fuga de gas de todas las partes de mi cuerpo con el fin de que no perdiera los estribos, y pasabas las noches hablándome y acariciándome el pelo para hacerme creer que todo estaba bien, tan bien que llegó a estarlo. no acababan las yemas de mis dedos sin que empezaran las tuyas. cada vez que caminaba sobre esa cuerda floja en la que tanto me costaba mantenerme me esperabas en el suelo dándome la mano con pies de plomo. y me cosiste las lágrimas, hiciste unas alas de plastilina, blandas pero consistentes, que no se rompían con el viento, y me enseñaste a volar. a volar como las gallinas, ya que mi torpe existencia no daba para mucho más. pero a volar. y fue entonces cuando conocí las mariposas aladas de las que hablábamos en los cuentos, y se metieron en mi boca a vivir, para que cada vez que la acariciaras te hicieran cosquillas en la nariz. aprendí a aguantar el dolor de cuando me arrancaba la piel a tiras la añoranza, y a llorar a carcajadas cuando me despertaba por las mañanas con una napolitana de chocolate en la mesita de noche.
¿me consentiste? no lo sé. tan solo pienso que querías protegerme. protegerme y quereme. y ahora siento como si me hubieran atado al techo y los pies me colgaran. como si quisiera alcanzar el suelo con las puntas de los zapatos para volver a sentir que puedo mantenerme en pie sin que tu estés detrás sujetándome. pero la cuerda me lo impide. mi cuerpo levita, y hay un frío muy denso entre el suelo y mis plantas de los pies. tengo vértigo y esa sensación de sudor en las manos. y sé que aunque la dsitancia de caída es mínima, si cortaran la cuerda, y cayera al vacío, un vació de un palmo de medida, no me levantaría nunca más.
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